De haber un clarooscuro canónico este emergió con absoluta nitidez en 1956 y se prolongó durante el año siguiente. Fueron años de trabajo en la sombra, de experimentación libre y sin una perspectiva de exponer públicamente. Hasta 1958 no haría su primera exposición en París, y para entonces ya estaba saliendo del clarooscuro.
Muchos de los papeles pintados durante estos años primeros ya muestran el trazo de Manuel, una pincelada rasgada, enérgica y llena de vitalidad, principalmente diagonal y que se presenta en haces, moldeando una corporeidad que emerge afirmándose desde un magma informe. Con ella el "estilo" ya no será más un problema y siempre avanzará con seguridad, preocupándose únicamente de otros problemas estructurales, más "objetivos" para sus propósitos. La afirmación de la personalidad del artista pasa a un segundo plano y lo que buscará serán "mecanismos pictóricos emocionantes".
Sus cuadros constituyen, en estricto sentido visual, un comienzo, un origen, digno de cualquier génesis mítico. A diferencia del espacio clásico moderno, desde Giotto hasta Malevich, el papel no constituye un vacio. No se trata de un espacio neutro en el que situar unos objetos, sino que es un espacio generado conjuntamente al proceso de formación de la masa corporea. Dos imágenes se complementan para explicar el cuadro: la de "amasado" con el pincel y la de "turbulencia" que arrastra la materia dándole forma. La mano y el alma del artista. Cuando Manuel hablaba de "nuages" (nubes) no podía ser más gráfico, no tanto porque quisiera representar realmente nubes, sino porque la idea de espacio que estaba construyendo no tenía nada de mediterráneo. Era un espacio saturado de materia y agitado por fuerzas. Como atravesar una tempestad.
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